Diecisiete siglos antes de nuestra era, los egipcios extraían de las acacias, que crecían en las orillas del Nilo, un líquido viscoso de propiedades medicamentosas. Era la goma, llamada más adelante arábiga y empleada todavía hoy en algunos productos como pastillas y jarabes contra la tos.
No conocían ninguna otra propiedad de ese producto. Mucho más tarde, después del descubrimiento de América, los españoles conocieron en el Brasil esa sustancia que servía para hacer pelotas de juego.
Los indios hacían incisiones en el tronco grisáceo, alto y liso de ciertos árboles llamados Hevea que de ellos manaba una sustancia elástica (látex). La recogían con cuidado y la arrollaban con precaución hasta darle forma de pelota. Intrigados los conquistadores les preguntaron qué hacían.
La contestación fue una demostración práctica: se pusieron a jugar con esas pelotas que rebotaban sobre el suelo Empleaban asimismo esa sustancia para otros usos: conocían su impermeabilidad y su inflamabilidad, y untaban con ella sus ropas para protegerse de la lluvia, o hacían proyectiles que arrojaban encendidos sobre los toldos enemigos.
Los árboles productores de goma abundan en todo el bosque tropical-sudamericano (la Amazonia), pero, en aquella época, la falta de conocimientos técnicos adecuados impidió que su explotación prosperara. Ese producto era considerado, simplemente, como una sustancia curiosa, al igual que otras halladas en el Nuevo Continente.